miércoles, 9 de enero de 2013

03B. UNA ILUSTRACIÓN DE LOS MÉTODOS EDUCATIVOS DE CRISTO. (LA EDUCACIÓN - EL MAESTRO DE LOS MAESTROS). EGW


"¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" 
Juan 7:46.    

     
B. UNA ILUSTRACIÓN DE LOS MÉTODOS EDUCATIVOS DE CRISTO.
"He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste". 
Juan 17:6. 

LA ILUSTRACIÓN más completa de los métodos de Cristo como maestro, se encuentra en la educación que él dio a los doce primeros discípulos. Esos hombres debían llevar pesadas responsabilidades. Los había escogido porque podía infundirles su Espíritu y prepararlos para impulsar su obra en la tierra una vez que él se fuera. A ellos más que a nadie les concedió la ventaja de su compañía. Por medio de su relación personal dejó su sello en estos colaboradores escogidos. 
"La vida fue manifestada -dice Juan, el amado-, 
y la hemos visto, y testificamos". *1 Juan 1:2.

Solamente por medio de una comunión tal -la comunión de la mente con la mente, del corazón con el corazón, de lo humano con lo divino-, se puede transmitir esa energía vivificadora, transmisión que constituye la obra de la verdadera educación. Sólo la vida engendra vida.

En la educación de sus discípulos, el Salvador siguió el sistema de educación establecido al principio. Los primeros doce escogidos, junto con unos pocos que, para atender sus necesidades, estaban de vez en cuando en relación con ellos, formaban la familia de Jesús. Estaban con él en la casa, junto 85 a la mesa, en la intimidad, en el campo. Lo acompañaban en sus viajes, compartían sus pruebas y tareas y, hasta donde podían, participaban de su trabajo.

A veces les enseñaba cuando estaban sentados en la ladera de la montaña; a veces, junto al mar, o desde la barca de un pescador; otras, cuando iban por el camino. Cada vez que hablaba a la multitud, los discípulos formaban el círculo más cercano a él. Se agolpaban alrededor de él para no perder nada de su instrucción. Eran oidores atentos, anhelosos de comprender las verdades que debían enseñar en todos los países y todos los tiempos.

Los primeros alumnos de Jesús fueron escogidos de entre el pueblo común. Estos pescadores de Galilea eran hombres humildes, sin instrucción; no conocían ni la erudición ni las costumbres de los rabinos, sino la severa disciplina del trabajo rudo. Eran hombres de capacidad innata y de espíritu dócil, que podían ser instruidos y formados para hacer la obra del Salvador. 
En las vocaciones humildes de la vida hay más de un trabajador que prosigue pacientemente con la rutina de sus tareas diarias, inconsciente de que hay en él facultades latentes que, puestas en acción, lo colocarían entre los grandes dirigentes del mundo. Así eran los hombres que el Salvador llamó para que fueran sus colaboradores. Y tuvieron la ventaja de gozar de tres años de educación, dirigida por el más grande Educador que haya tenido el mundo.

Estos primeros discípulos eran muy diferentes los unos de los otros. Iban a llegar a ser los maestros del mundo, y se veía en ellos toda clase de caracteres. Eran Leví-Mateo, el publicano, invitado a abandonar una vida de actividad comercial al servicio de Roma; Simón, el celote, enemigo inflexible de la autoridad imperial; el impulsivo, arrogante y afectuoso Pedro; su hermano Andrés; Judas, de Judea, 86 pulido, capaz, y de espíritu ruin; Felipe y Tomás, fieles y fervientes, aunque de corazón tardo para creer; Santiago el menor y Judas, de menos prominencia entre los hermanos, pero hombres fuertes y definidos tanto en sus faltas como en sus virtudes; Natanael, semejante a un niño en sinceridad y confianza; y los hijos de Zebedeo, afectuosos y ambiciosos.

A fin de impulsar con éxito la obra a la cual habían sido llamados, estos discípulos, que diferían tanto en sus características naturales, en su educación y en sus hábitos de vida, necesitaban llegar a la unidad de sentimiento, pensamiento y acción. Cristo se proponía obtener esta unidad, y con este fin trató de unirlos a él. La preocupación de su trabajo por ellos está expresada en la oración que dirigió a su Padre: "Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros. . . para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado". *Juan 17:21-23.

1. EL PODER TRANSFORMADOR DE CRISTO.
De los doce discípulos, cuatro iban a desempeñar una parte importante, cada uno en su esfera. Previendo todo, Cristo les enseñó para prepararlos. Santiago, destinado a morir pronto decapitado; Juan, su hermano, que por más tiempo seguiría a su Maestro en trabajos y persecuciones; Pedro, el primero que derribaría barreras seculares y enseñaría al mundo pagano; y Judas, que en el servicio era capaz de sobrepasar a sus hermanos, y sin embargo abrigaba en su alma propósitos cuyos frutos no vislumbraba. Tales fueron los objetos de la mayor solicitud de Cristo, y los que recibieron su instrucción más frecuente y cuidadosa. 87 Pedro, Santiago y Juan buscaban todas las oportunidades de ponerse en contacto íntimo con el Maestro, y su deseo les fue otorgado. De los doce, la relación de ellos con el Maestro fue la más íntima. Juan sólo podía hallar satisfacción en una intimidad aún más estrecha, y la obtuvo. 

 En ocasión de la primera entrevista junto al Jordán, cuando Andrés, habiendo oído a Jesús, corrió a buscar a su hermano, Juan permaneció quieto, extasiado en la meditación de temas maravillosos. Siguió al Salvador siempre, como oidor absorto y ansioso. Sin embargo, el carácter de Juan no era perfecto. No era un entusiasta y bondadoso soñador. Tanto él como su hermano recibieron el apodo de "hijos del trueno". *Mar. 3:17. 
Juan era orgulloso, ambicioso, combativo; pero debajo de todo esto el Maestro divino percibió un corazón ardiente, sincero, afectuoso. Jesús reprendió su egoísmo, disfrutó sus ambiciones, probó su fe. Pero le reveló lo que su alma anhelaba: 
La belleza de la santidad, su propio amor transformador. "He manifestado tu nombre -dijo al Padre- a los hombres que del mundo me diste". *Juan 17:6.

Juan anhelaba amor, simpatía y compañía. Se acercaba a Jesús, se sentaba a su lado, se apoyaba en su pecho. Así como una flor bebe del sol y del rocío, él bebía la luz y la vida divinas. Contempló al Salvador con adoración y amor hasta que la semejanza a Cristo y la comunión con él llegaron a constituir su único deseo, y en su carácter se reflejó el carácter del Maestro.

"Mirad -dijo- cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos 88 que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro".*1 Juan 3:1-3.

2. DE LA DEBILIDAD A LA FORTALEZA.
La historia de ninguno de los discípulos ilustra mejor que la de Pedro el método educativo de Cristo. Temerario, agresivo, confiado en sí mismo, ágil mentalmente y pronto para actuar y vengarse era, sin embargo, generoso para perdonar. Pedro se equivocó a menudo, y a menudo fue reprendido. No fueron menos reconocidas y elogiadas su lealtad afectuosa y su devoción a Cristo. El Salvador trató a su impetuoso discípulo con paciencia y amor inteligente, y se esforzó por reprimir su engreimiento y enseñarle humildad, obediencia y confianza. Pero la lección fue aprendida sólo en parte. El engreimiento no fue desarraigado.

A menudo, cuando sentía su corazón abrumado por un pesar, Jesús trataba de revelar a sus discípulos las escenas de su prueba y su sufrimiento. Pero sus ojos estaban cerrados. La revelación no era bien recibida y no veían. La autocompasión, que lo impulsaba a evitar la comunión con Cristo en el sufrimiento, motivó la protesta de Pedro: "Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca".*Mt. 16:22. Sus palabras expresaban el pensamiento de los doce. Así siguieron, jactanciosos y pendencieros, adjudicándose anticipadamente los honores reales, sin soñar en la cruz, mientras la crisis se iba acercando.

La experiencia de Pedro fue una lección para todos. Para la confianza propia, la prueba implica derrota. Cristo no podía impedir las consecuencias seguras del mal que no había sido abandonado. Pero así como extendió la mano para salvar a Pedro cuando 89 las olas estaban por hundirlo, su amor lo rescató cuando las aguas profundas anegaban, su alma. Repetidas veces, al borde mismo de la ruina, las palabras jactanciosas de Pedro lo acercaron cada vez más al abismo. Repetidas veces Jesús le advirtió que negaría que lo conocía. Del corazón apenado y amante del discípulo brotó la declaración: "Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte"*Luc. 22:33, y Aquel que lee el corazón dio a Pedro el mensaje, poco apreciado entonces, pero que en las tinieblas que iban a asentarse pronto sobre él sería un rayo de esperanza: "Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos".*Luc. 22:31,32.

Cuando Pedro negó en la sala del tribunal que lo conocía; cuando su amor y su lealtad, despertados por la mirada de compasión, amor y pena del Salvador, le hicieron salir al huerto donde Cristo había llorado y orado; cuando sus lágrimas de remordimiento cayeron al suelo que había sido humedecido con las gotas de sangre de la agonía del Señor, las palabras del Salvador: "Pero yo he rogado por ti; . . . y tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos", fueron un sostén para su alma. Cristo, aunque había previsto su pecado, no lo había abandonado a la desesperación.

Si la mirada que Jesús le dirigió hubiera expresado condenación en vez de lástima; si al predecir el pecado no hubiese hablado de esperanza, ¡cuán densa hubiera sido la oscuridad que hubiese rodeado a Pedro! ¡Cuán incontenible la desesperación de esa alma torturada!  

En esa hora de angustia y aborrecimiento de sí mismo, ¿Qué le hubiera podido impedir que siguiera el camino de Judas? 90
 El que en ese momento no podía evitar la angustia de su discípulo, no lo dejó librado a la amargura. 
Su amor no falla ni abandona. Los seres humanos, entregados al mal, se sienten inclinados a tratar severamente a los tentados y a los que yerran. No pueden leer el corazón, no conocen su lucha ni dolor. Necesitan aprender a reprender con amor, a herir para sanar, a amonestar con palabras de esperanza.

Cristo, después de su resurrección, no mencionó a Juan -el que veló junto con el Salvador en la sala del tribunal, 
el que estuvo junto a la cruz, y que fue el primero en llegar a la tumba- sino a Pedro.  
"Decid a sus discípulos, y a Pedro -dijo el ángel- que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis".*Mar. 16:7.
En ocasión de la última reunión de Cristo con los discípulos junto al mar, Pedro, probado con la pregunta repetida tres veces: "¿Me amas?"*Juan 21:17. recuperó el lugar que ocupaba entre los doce. Se le asignó su obra: Tendría que apacentar el rebaño del Señor. Luego, como última instrucción personal, Jesús le dijo: "¡Sígueme tú!"*Juan 21:22.

Entonces pudo apreciar esas palabras. Pudo comprender mejor la lección que Cristo había dado cuando puso a un niñito en medio de los discípulos y les dijo que se asemejaran a él. Puesto que conocía más plenamente tanto su propia debilidad como el poder de Cristo, estaba listo para confiar y obedecer. Con la fuerza del Maestro, podía seguirlo.
Y al fin de su vida de trabajo y sacrificio, el discípulo que una vez estuvo tan poco preparado para ver la cruz, consideró un gozo entregar su vida 91 por el Evangelio, con el único sentimiento de que, para el que había negado al Señor, morir del mismo modo como murió su Maestro era un honor demasiado grande. La transformación de Pedro fue un milagro de la ternura divina. Es una vívida lección para todos los que tratan de seguir las pisadas del Maestro de los maestros.

3.- UNA LECCIÓN DE AMOR.
Jesús reprendió a sus discípulos, los amonestó y los previno; pero Juan, Pedro y sus hermanos no lo abandonaron. A pesar de los reproches, decidieron quedarse con Jesús. Y el Salvador no se apartó de ellos a causa de sus errores. Él toma a los hombres como son, con todas sus faltas y debilidades, y los adiestra para su servicio si están dispuestos a ser disciplinados e instruidos por él. Pero hubo entre los doce uno al cual Cristo, casi hasta el fin de su obra, no le dirigió ningún reproche definido. 

Con Judas se introdujo entre los discípulos un espíritu de contienda. Al asociarse con Jesús, había respondido a la atracción de su carácter y su vida. Había deseado sinceramente que se operara en él un cambio, y había tenido la esperanza de experimentarlo por medio de la unión con Jesús. Pero este deseo no prevaleció. Lo dominaba la esperanza del beneficio egoísta que alcanzaría en el reino mundano que él esperaba que Cristo iba a fundar.

Aunque reconocía el poder divino del amor de Cristo, Judas no se entregó a su supremacía. Siguió alentando su criterio y sus propias opiniones, su tendencia a criticar y condenar. Los motivos y las acciones de Cristo, que a menudo estaban muy por encima de su comprensión, estimulaban su duda y su desaprobación, y compartía sus ambiciones y dudas 92 con los discípulos. Muchas de las disputas provocadas por el afán de supremacía, gran parte del descontento manifestado hacia los métodos de Cristo, tenían su origen en Judas.
Jesús, al comprender que la oposición sólo lo endurecería, se abstuvo de provocar un conflicto directo. Trató de curar su estrecho egoísmo por medio del contacto con su propio amor abnegado. En su enseñanza desarrolló principios que tendían a desarraigar las ambiciones egoístas del discípulo. Así le dio una lección tras otra, y más de una vez Judas se dio cuenta de que se había descrito su carácter y se había señalado su pecado; pero no quiso ceder.

4. LA CAÍDA DE JUDAS.
Al resistir a las súplicas de la gracia, el impulso del mal triunfó finalmente. Judas, enojado por una velada reprensión, y desesperado al ver desmoronarse sus sueños ambiciosos, entregó su alma al demonio de la avaricia y decidió traicionar a su Maestro. Salió del aposento donde se celebró la Pascua, del gozo de la presencia de Cristo y de la luz de la esperanza inmortal, a hacer su obra perversa, a las tinieblas exteriores, donde no había esperanza.
"Porque Jesús sabía desde el principio quienes eran los que no creían, y quién le había de entregar". *Juan 6:64. Sin embargo, sabiéndolo todo, no había negado ningún pedido de gracia ni don de amor. Al ver el peligro de Judas, lo había acercado a sí mismo, y lo había introducido en el círculo íntimo de sus discípulos escogidos y de confianza. 

 Día tras día, cuando la carga que oprimía su corazón resultaba más pesada, había soportado el dolor que le producía el permanente contacto con esa personalidad terca, suspicaz, sombría; había vigilado y trabajado para contrarrestar entre sus discípulos ese antagonismo 93 constante, secreto y sutil. 

¡Y todo eso para que no faltara
 ninguna influencia
 salvadora a esa alma en peligro!
"Las muchas aguas no podrán apagar el amor, 
Ni lo ahogarán los ríos". "Porque fuerte 
es como la muerte el amor". *Cant. 8:7,6.

Con respecto a Judas, la obra de amor de Cristo fue inútil. No ocurrió lo mismo con sus condiscípulos. Para ellos fue una lección cuya influencia duró toda la vida. Su ejemplo de ternura y paciencia siempre modeló su trato con los tentados y descarriados.

  Hubo además, otras lecciones. Cuando los doce fueron ordenados, los discípulos deseaban ardientemente que Judas formara parte del grupo, y habían considerado su llegada como un suceso promisorio para el grupo apostólico. Había estado en contacto con el mundo más que ellos; era un hombre de buenos modales, perspicaz, de habilidad administrativa y, como él mismo tenía un elevado concepto de sus propias cualidades, había inducido a los discípulos a que tuvieran la misma opinión acerca de él.  

Pero los métodos que deseaba introducir en la obra de Cristo se basaban en principios mundanos, y estaban de acuerdo con el proceder del mundo. Su fin era alcanzar honores y reconocimientos mundanos, y el reino de este mundo. 

La manifestación de esas ambiciones en la vida de Judas ayudó a los discípulos a establecer el contraste que existe entre el principio del engrandecimiento propio y el de la humildad y la abnegación de Cristo, es decir, el principio del reino espiritual. 

En el destino de Judas vieron el fin a que conduce 
el servicio de sí mismo.


Finalmente, la misión de Cristo cumplió su propósito con estos discípulos. Poco a poco su ejemplo 94 y sus lecciones de abnegación amoldaron sus caracteres. Su muerte destruyó su esperanza de grandeza mundana.  

La caída de Pedro, la apostasía de Judas, su propio fracaso al abandonar a Cristo cuando estaba en angustia y peligro, hicieron desaparecer su confianza propia. Vieron su debilidad; vieron algo de la grandeza de la obra que les había sido encomendada; sintieron la necesidad de que el Maestro guiara cada uno de sus pasos.

Sabían que ya no estaría con ellos su presencia personal, y reconocieron, como nunca antes, el valor de las oportunidades que habían tenido al andar y hablar con el Enviado de Dios. No habían apreciado ni comprendido muchas de sus lecciones en el momento cuando se las había dado; anhelaban recordarlas, volver a oír sus palabras. 

Con qué gozo recordaban la promesa: "Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré". "Todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer". Y "el Consolador. . . a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". *Juan 16:7; 15:15; 14:26.

"Todo lo que tiene el Padre es mío". 
"Pero cuando venga el Espíritu de verdad, 
él os guiará a toda la verdad.
 Porque tomará de lo mío, 
y os lo hará saber". 
*Juan 16:15,13,14.

Los discípulos habían visto ascender a Cristo cuando estaba entre ellos en el Monte de los Olivos. Y mientras el cielo lo recibía, recordaron la promesa que les había hecho al partir: "Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".
 *Mt. 28:20. 95

Sabían que los acompañaba aún su simpatía. Sabían que tenían un Representante, un Abogado, ante el trono de Dios. Presentaban sus peticiones en el nombre de Jesús, repitiendo la promesa: "Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, 
os lo dará". *Juan 16:23. Levantaban cada vez más en alto la mano de la fe, con este poderoso argumento: "Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros". 
*Rom. 8:34.

Fiel a su promesa, el Ser divino, exaltado en las cortes celestiales, impartió algo de su plenitud a sus seguidores de la tierra.  
Su entronización a la diestra de Dios fue señalada por el derramamiento del Espíritu sobre sus discípulos.

GRACIAS a la obra de Cristo, los discípulos sintieron su necesidad 
del Espíritu; debido a la enseñanza del Espíritu, recibieron su 
preparación final y salieron a hacer la obra de sus vidas.

Dejaron de ser ignorantes e incultos.  
Dejaron de ser un conjunto de unidades independientes o de elementos discordantes y antagónicos. 
 Dejaron de poner sus esperanzas en las grandezas mundanas. 
Eran "unánimes", "de un mismo corazón y una misma alma".  
Cristo ocupaba sus pensamientos.  

El progreso de su reino era la meta que tenían. Tanto en mente como en carácter se habían asemejado a su Maestro, y los hombres "reconocían que habían estado con Jesús." *Hechos 4:13.

Hubo entonces una revelación de la gloria de Cristo tal como nunca antes había sido vista por el hombre. Multitudes que habían denigrado su nombre y despreciado su poder, confesaron entonces que eran discípulos del Crucificado.  

Gracias a la cooperación del Espíritu divino, las labores de los hombres humildes 96 a quienes Cristo había escogido conmovieron al mundo. En una generación el Evangelio llegó a toda nación que existía bajo el cielo. 

Cristo ha encargado al mismo Espíritu que envió en su lugar como Instructor de sus colaboradores, para que sea el Instructor de sus colaboradores de la actualidad. "Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"*Mt. 28:20, es su promesa. 

La presencia del mismo Guía en la obra educativa de nuestros días producirá los mismos resultados que en la antigüedad. A este fin tiende la verdadera educación; ésta es la obra que Dios quiere que se lleve a cabo. 97
(La Educación de Elena G de White) 

martes, 8 de enero de 2013

03A. EL MAESTRO ENVIADO POR DIOS. (LA EDUCACIÓN - EL MAESTRO DE LOS MAESTROS). EGW


¡Jamás hombre alguno ha hablado como éste hombre! 
Juan 7:46.
 73

A. EL MAESTRO ENVIADO POR DIOS.
"Considerad a Aquel". "Y se llamará su nombre Admirable, 
Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz"*Isa. 9:6. 

En el Maestro enviado por Dios, el cielo dio a los hombres lo mejor y lo más grande que tenía. Aquel que había estado en los consejos del Altísimo, que había morado en el más íntimo santuario del Eterno, fue escogido para revelar personalmente a la humanidad el conocimiento de Dios. Por medio de Cristo había sido transmitido cada rayo de luz divina que había llegado a nuestro mundo caído. Él había sido quien habló por medio de todo aquel que en el transcurso de los siglos declaró la palabra de Dios al hombre. Todas las excelencias manifestadas en las almas más nobles y grandes de la tierra, eran reflejos suyos. La pureza y la bondad de José, la fe, la mansedumbre y la tolerancia de Moisés, la firmeza de Eliseo, la noble integridad y la firmeza de Daniel, el ardor y la abnegación de Pablo, el poder mental y espiritual manifestado en todos estos hombres, y en todos los demás que alguna vez vivieron en la tierra, no eran más que destellos del esplendor de su gloria. En él se hallaba el ideal perfecto.

Cristo vino al mundo para revelar este ideal como el único y verdadero blanco de nuestros esfuerzos; para mostrar lo que todo ser humano debiera ser; lo que llegarían a ser por medio de la morada de la 74 divinidad en la humanidad todos los que lo recibieran. Vino a mostrar de qué manera deben ser educados los hombres como conviene a hijos de Dios; cómo deben practicar en la tierra los principios, y vivir la vida del cielo.

El mayor don de Dios fue otorgado para responder a la mayor necesidad del hombre. La luz apareció cuando la oscuridad del mundo era más intensa. Hacía mucho que, a causa de las enseñanzas falsas, las mentes de los hombres habían sido apartadas de Dios. En los sistemas predominantes de educación, la filosofía humana había sustituido a la revelación divina. En vez de la norma de verdad dada por el cielo, los hombres habían aceptado una norma de su propia invención. Se habían apartado de la Luz de la vida, para andar a la luz del fuego que ellos mismos habían encendido.

Habiéndose separado de Dios, y siendo su única confianza el poder humano, su fuerza no era otra cosa sino debilidad. 
Ni siquiera eran capaces de alcanzar la norma establecida por ellos mismos. La falta de verdadera excelencia era suplida por la apariencia y la mera profesión de fe. La apariencia reemplazaba a la realidad.
De vez en cuando se levantaban maestros que dirigían la atención de los hombres a la Fuente de la verdad. Se enunciaban principios rectos y había vidas humanas que daban testimonio de su poder. Pero estos esfuerzos no hacían impresión duradera. Se producía una breve represión de la corriente del mal, pero no se detenía su curso descendente. Los reformadores eran como luces que brillaban en la oscuridad, pero no la podían disipar. El mundo amaba "más las tinieblas que la luz". *Juan 3:19.

Cuando Cristo vino a la tierra, la humanidad parecía muy próxima a llegar a su más bajo nivel. El mismo cimiento de la sociedad estaba minado. La 75 vida había llegado a ser falsa y artificial. Los judíos, destituidos del poder de la Palabra de Dios, daban al mundo tradiciones y especulaciones que adormecían la mente y el alma. El culto de Dios "en espíritu y en verdad" había sido suplantado por la glorificación del hombre en una ronda interminable de ceremonias creadas por éste. En el mundo, todos los sistemas religiosos perdían su influencia sobre la mente y el alma. Hartos de fábulas y mentiras, y deseosos de ahogar su pensamiento, los hombres se volvieron hacia la incredulidad y el materialismo. Al excluir de sus cálculos la eternidad, vivían para el presente.

A medida que dejaban de reconocer al Ser divino, dejaban de tener consideración por el ser humano. La verdad, el honor, la integridad, la confianza, la compasión, iban abandonando la tierra. La avaricia implacable y la ambición absorbente creaban una desconfianza universal. La idea del deber, de las obligaciones de la fuerza hacia la debilidad, de la dignidad y los derechos humanos, era desechada como sueño o fábula. Al pueblo común se lo consideraba como bestias de carga, como instrumentos o escalones para lograr lo que se ambicionaba. Se buscaban como el mayor bien la riqueza, el poder, la comodidad y los placeres. La degeneración física, el sopor mental y la muerte espiritual eran las características de la época.

A medida que las pasiones y los propósitos malos de los hombres eliminaban a Dios de sus pensamientos, ese olvido los inclinaba cada vez con más fuerza al mal. El corazón que amaba el pecado vestía con sus atributos a Dios, y este concepto fortalecía el poder del pecado. Resueltos a complacerse a sí mismos, los hombres llegaron a considerar a Dios como semejante a ellos, es decir, como un Ser cuya meta era la glorificación del yo, cuyas exigencias respondían a su propio placer; un Ser que elevaba o 76 abatía a los hombres según éstos contribuyeran a la realización de su propósito egoísta, o lo obstruyesen.  

Las clases más bajas consideraban que el Ser supremo difería poco de sus opresores, a excepción de que los sobrepujaba en poder. Estas ideas le daban su molde a toda manifestación religiosa. Cada una de ellas era un sistema de extorsión. Los adoradores trataban de congraciarse con la Deidad por medio de ofrendas y ceremonias, con el fin de asegurarse su favor para el logro de sus propios fines. Una religión que no ejercía poder sobre el corazón ni la conciencia, se reducía a una serie de ceremonias, de las cuales el hombre se cansaba y deseaba liberarse, a no ser por las ventajas que podía ofrecer. De ese modo el mal, al no ser refrenado, aumentaba, mientras disminuían el aprecio del bien y el deseo de practicarlo. Los hombres perdieron la imagen de Dios y recibieron el sello del poder demoníaco que los dominaba. Todo el mundo se iba convirtiendo en un sumidero de corrupción.

Sólo había una esperanza para la especie humana, y ésta era que se pusiera nueva levadura en esa masa de elementos discordantes y corruptos; que se introdujese en la humanidad el poder de una vida nueva; que se restaurase en el mundo el conocimiento de Dios.

Cristo vino para restaurar ese conocimiento. Vino para poner a un lado la enseñanza falsa mediante la cual los que decían conocer a Dios lo habían desfigurado. Vino a manifestar la naturaleza de su ley, a revelar en su carácter la belleza de la santidad.
Cristo vino al mundo con el amor acumulado de toda la eternidad.  Al eliminar las exigencias que hacían gravosa la ley de Dios, demostró que es una ley de amor, una expresión de la bondad divina. Demostró que la obediencia a sus principios entraña la felicidad de la humanidad, y con ella la estabilidad, el mismo cimiento y la estructura de la sociedad. 77

Lejos de contener requisitos arbitrarios, la ley de Dios se da a los hombres como cerco o escudo. El que acepta sus principios es preservado del mal. La fidelidad a Dios entraña fidelidad al hombre. De ese modo la ley protege los derechos y la individualidad de cada ser humano. Prohíbe al superior oprimir, y al subalterno desobedecer. Asegura el bienestar del hombre, tanto para este mundo como para el venidero. Para el obediente es la garantía de la vida eterna, porque expresa los principios que permanecen para siempre.

Cristo vino a demostrar el valor de los principios divinos por medio de la revelación de su poder para regenerar a la especie humana. Vino a enseñar cómo se deben desarrollar y aplicar esos principios.

Para el pueblo de esa época, el valor de todas las cosas lo determinaba la apariencia exterior. Al perder su poder, la religión había aumentado su pompa. Los educadores de la época trataban de imponer respeto por medio de la ostentación y el fausto.  

Comparada con todo esto, la vida de Cristo establecía un marcado contraste. Ponía en evidencia la falta de valor de las cosas que los hombres consideraban como esenciales para la vida. Al nacer en el ambiente más tosco, al compartir un hogar y una vida humildes y la ocupación de un artesano, al vivir una vida oscura e identificarse con los trabajadores desconocidos del mundo, Jesús siguió el plan divino relativo a la educación. No buscó las escuelas de su tiempo, que magnificaban las cosas pequeñas y empequeñecían las grandes. Obtuvo su educación directamente de las fuentes indicadas por el cielo, del trabajo útil, del estudio de las Escrituras y la naturaleza, y de las vicisitudes de la vida, que constituyen los libros de texto de Dios, llenos de instrucción para todos los que los buscan con manos dispuestas, ojos abiertos y corazón comprensivo. 78 

"Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él"* Lucas 2:40.

 Preparado de esta manera, salió para cumplir su misión, y en todo momento que estuvo en relación con los hombres ejerció sobre ellos una influencia para bendecir, y un poder para transformar que el mundo no había conocido nunca.

El que trata de transformar a la humanidad, debe comprender a la humanidad. Solo por la simpatía, la fe y el amor, pueden ser alcanzados y elevados los hombres. 

 En esto Cristo se revela como el Maestro de los maestros: 
De todos los que alguna vez vivieran en la tierra, 
él sólo posee una perfecta comprensión del alma humana.
"Porque no tenemos un sumo sacerdote -Maestro de los maestros, porque los sacerdotes eran maestros- que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza".*Heb. 4:15.
"Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados".* Heb. 2:18.

Cristo es el único que experimentó todas las penas y tentaciones que sobrevienen a los seres humanos. Nunca fue tan fieramente perseguido por la tentación otro ser nacido de mujer; nunca llevó otro la carga tan pesada de los pecados y dolores del mundo. Nunca hubo otro cuya simpatía fuera tan abarcante y tierna. Habiendo participado de todo lo que experimenta la especie humana, no sólo podía condolerse de todo el que estuviera abrumado y tentado en la lucha, sino que sentía con él.

PRACTICABA LO QUE ENSEÑABA.
 "Porque ejemplo os he dado -dijo a los discípulos-, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis". 
"Así como yo he guardado los mandamientos de mi padre". *Juan 13:15; 15:10. 
Así, las palabras de Cristo tuvieron en su vida una ilustración y un apoyo perfectas. Y más aún, él era 79 lo que enseñaba. 
Sus palabras no sólo eran la expresión de la experiencia de su propia vida, sino de su propio carácter. No sólo enseñó la verdad; él era la verdad. Eso fue lo que dio poder a su enseñanza.

Cristo reprendía fielmente. Nunca vivió otro que odiara tanto el mal, ni cuyas acusaciones fuesen tan terribles. Su misma presencia era un reproche para todo lo falso y lo bajo. A la luz de su pureza, los hombres velan que eran impuros, y que el propósito de su vida era despreciable y falso. Sin embargo, él los atraía. El que había creado al hombre, apreciaba el valor de la humanidad. Delataba al mal como enemigo de aquellos a quienes trataba de bendecir y salvar. En todo ser humano, cualquiera fuera el nivel al cual hubiese caído, veía a un hijo de Dios, que podía recobrar el privilegio de su relación divina.

"Porque no envió Dios a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él".*Juan 3:17.

 Al contemplar a los hombres sumidos en el sufrimiento y la degradación, Cristo percibió que, donde sólo se veía desesperación y ruina, había motivos de esperanza. Dondequiera existiera una sensación de necesidad, él veía una oportunidad de elevación. Respondía a las almas tentadas, derrotadas, que se sentían perdidas, a punto de perecer, no con acusación, sino con bendición.
Las bienaventuranzas constituyeron su saludo para toda la familia humana. Al contemplar la vasta multitud reunida para escuchar el Sermón del Monte, pareció olvidar por el momento que no se hallaba en el cielo, y usó el saludo familiar del mundo de la luz. De sus labios brotaron bendiciones como de un manantial por largo tiempo obstruido.

Apartándose de los ambiciosos y engreídos favoritos de este mundo, declaró que serían bendecidos los que, aunque fuera grande su necesidad, recibiesen su luz y su amor. Tendió sus brazos a los 80 pobres en espíritu, afligidos, perseguidos, diciendo: "Venid a mí. . . y yo os haré descansar". *Mt. 11:28.
En cada ser humano percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transfigurados por su gracia, en "la luz de Jehová nuestro Dios".*Sal. 90:17. Al mirarlos con esperanza, inspiraba esperanza. Al saludarlos con confianza, inspiraba confianza. Al revelar en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y la fe de obtenerlo. En su presencia, las almas despreciadas y caídas se percataban de que aún eran seres humanos, y anhelaban demostrar que eran dignas de su consideración. En más de un corazón que parecía muerto a todas las cosas santas, se despertaron nuevos impulsos. 
A más de un desesperado se presentó la posibilidad de una nueva vida.

Cristo ligaba a los hombres a su corazón con lazos de amor y devoción, y con los mismos lazos los ligaba a sus semejantes. Con él, el amor era vida y la vida servicio. "De gracia recibisteis -dijo-, dad de gracia".*Mt. 10:8.

No sólo en la cruz se sacrificó Cristo por la humanidad. Cuando "anduvo haciendo bienes" *Hechos 10:38.
 Su experiencia cotidiana era un derramamiento de su vida. 

 Sólo de un modo se podía sostener semejante vida. Jesús vivió dependiendo de Dios y de su comunión con él. Los hombres acuden de vez en cuando al lugar secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente; permanecen allí un tiempo, y el resultado se manifiesta en acciones nobles; luego falla su fe, se interrumpe la comunión con Dios, y se echa a perder la obra de la vida. Pero la vida de Jesús era una vida de confianza constante, sostenida por una comunión continua, y su servicio para el cielo y la tierra fue sin fracaso ni vacilación. Como hombre, suplicaba ante el trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una corriente 81 celestial que unía la humanidad con la Divinidad. Recibía vida de Dios, y la impartía a los hombres.

"¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!"*Juan 7:46. Esto se habría aplicado a Cristo aun cuando hubiera enseñado únicamente en cuanto a lo físico y lo intelectual o en materias de teoría y especulación. Podría haber revelado misterios cuya comprensión ha requerido siglos de trabajo y estudio. Podría haber hecho sugerencias en ramos científicos que, hasta el fin del tiempo, hubieran proporcionado material para el pensamiento y estímulo a la inventiva. Pero no lo hizo. Nada dijo para satisfacer la curiosidad o estimular la ambición egoísta. No se ocupó de teorías abstractas, sino de lo que es indispensable para el desarrollo del carácter; de lo que amplía la aptitud del hombre para conocer a Dios y aumenta su poder para hacer bien. Habló de las verdades que se refieren a la conducta de la vida, y que unen al hombre con la eternidad.

En vez de inducir al pueblo a estudiar las teorías humanas acerca de Dios, su Palabra, o sus obras, le enseñó a contemplarlo según se manifiesta en sus obras, en su Palabra y por medio de sus providencias. Puso sus mentes en contacto con la mente del Ser Infinito.

"Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad". *Lucas 4:32. Nunca antes habló otro que tuviera tal poder para despertar el pensamiento, encender la aspiración y suscitar cada aptitud del cuerpo, la mente y el alma.
La enseñanza de Cristo, lo mismo que su simpatía, abarcaba el mundo. Nunca podrá haber una circunstancia de la vida, una crisis de la experiencia humana que no haya sido prevista en su enseñanza, y para la cual no tengan una lección sus principios. 82 Las palabras del Príncipe de los maestros serán una guía para sus colaboradores, hasta el fin.

Para él eran uno el presente y el futuro, lo cercano y lo lejano. Tenía en vista las necesidades de toda la humanidad. Ante su mente estaban desplegadas todas las escenas de esfuerzo y progreso humanos, de tentación y conflicto, de perplejidad y peligro. Conocía todos los corazones, todos los hogares, todos los placeres, los gozos y las aspiraciones.
No sólo hablaba para toda la humanidad, sino a ella misma. Su mensaje alcanzaba al niñito en la alegría de la mañana de su vida; al corazón ansioso e inquieto de la juventud; a los hombres, que en la plenitud de sus años llevaban la carga de la responsabilidad, a los ancianos en su debilidad y cansancio. Su mensaje era para todos; para todo ser humano, de todo país y toda época. Su enseñanza abarcaba las cosas del tiempo y la eternidad, las cosas visibles en su relación con las invisibles, los incidentes pasajeros de la vida común, y los solemnes sucesos de la vida futura.

Establecía la verdadera relación que existe entre las cosas de esta vida, como subordinadas a las de interés eterno, pero no ignoraba su importancia. Enseñaba que el cielo y la tierra están ligados, y que el conocimiento de la verdad divina prepara mejor al hombre para desempeñar los deberes de la vida diaria. Para él, nada carecía de propósito. Los juegos del niño, los trabajos del hombre, los placeres, cuidados y dolores de la vida, eran medios que respondían a un fin: la revelación de Dios para la elevación de la humanidad.

De sus labios la Palabra de Dios llegaba a los corazones de los hombres con poder y significado nuevos. Su enseñanza proyectó nueva luz sobre las cosas de la creación. En la faz de la naturaleza se 83 vieron una vez más los resplandores que el pecado había eclipsado. En todos los hechos e incidentes de la vida, se revelaba una lección divina y la posibilidad de gozar de la compañía de Dios. El Señor volvió a morar en la tierra; los corazones humanos percibieron su presencia; el mundo fue rodeado por su amor. El cielo descendió a los hombres. En Cristo, sus corazones reconocieron a Aquel que les había dado acceso a la ciencia de la eternidad: "Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros". Mt. 1:23.  

En el Maestro enviado por Dios halla su centro toda verdadera 
obra educativa. De la obra de hoy, lo mismo que de la que 
estableció hace mil ochocientos años*, el Salvador dice:
"Yo soy el primero y el último".
"Yo soy el Alfa y la Omega, 
el principio, y el fin"*Apoc. 1:17; 21:6.

En presencia de semejante Maestro, de semejante oportunidad para obtener educación divina, es una necedad buscar educación fuera de él, esforzarse por ser sabio fuera de la Sabiduría; ser sincero mientras se rechaza la Verdad; buscar iluminación aparte de la Luz, y existencia sin la Vida; apartarse del Manantial de aguas vivas, 
y cavar cisternas rotas que no pueden contener agua. He aquí, él invita aún: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba… El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva". "El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna".*Juan 7:37,38; 4:14. 84
(La Educación de Elena G de White)

lunes, 7 de enero de 2013

02C. BIOGRAFÍAS DE GRANDES HOMBRES. (LA EDUCACIÓN - ILUSTRACIONES). EGW


"Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron". Rom. 15:4. 

C.- BIOGRAFÍAS DE GRANDES HOMBRES.
"El fruto del justo es árbol de vida". Prov. 11:30.
LA HISTORIA sagrada ofrece muchas ilustraciones de los resultados de la verdadera educación; muchos nobles ejemplos de hombres cuyos caracteres se formaron bajo la bendición divina; hombres cuyas vidas fueron una bendición para sus semejantes y que vivieron en el mundo como representantes de Dios. Entre ellos figuran José y Daniel, Moisés, Eliseo y Pablo, los mayores estadistas, el mayor legislador, uno de los reformadores más fieles y, a excepción de Aquel que habló como jamás habló hombre alguno, el maestro más ilustre que este mundo haya conocido.


1.- JOSÉ
En los primeros tiempos de su vida, al pasar de la juventud a la virilidad, José y Daniel fueron separados de sus hogares y llevados cautivos a países paganos. José, especialmente, fue expuesto a las tentaciones que acompañan a los grandes cambios de fortuna. En la casa de su padre fue un niño tiernamente mimado; en la casa de Potifar fue esclavo, y luego confidente y compañero; hombre de negocios, educado mediante el estudio, la observación y el contacto con los hombres; en la cárcel de Faraón fue un preso del estado, condenado injustamente, que no tenía esperanza de vindicación ni perspectiva de libertad; en un momento de gran crisis fue llamado a actuar en el gobierno de la nación.
 ¿Qué lo capacitaba para conservar su integridad?

Nadie puede mantenerse en una gran altura sin peligro. Del mismo modo que la tempestad que deja 52 intacta la flor del valle, desarraiga el árbol de la cima de la montaña, las fieras tentaciones que dejan intacto al de condición humilde, asaltan a los que ocupan los lugares más elevados del mundo en cuanto a éxito y honor. Pero José resistió igualmente la prueba de la prosperidad y la adversidad. En el palacio de Faraón puso de manifiesto la misma fidelidad que en la celda de la cárcel.

En su niñez se le había enseñado a amar y temer a Dios. A menudo se le había contado, en la tienda de su padre, bajo las estrellas de Siria, la historia de la visión nocturna de Betel, de la escalera entre el cielo y la tierra, de los ángeles que subían y bajaban, y de Aquel que se reveló a Jacob desde el trono de lo alto. Se le había contado la historia del conflicto habido junto al Jaboc, donde, después de renunciar a pecados arraigados, Jacob fue vencedor y recibió el título de príncipe con Dios.

Mientras era pastorcillo y cuidaba los rebaños de su padre, la vida pura y sencilla de José había favorecido el desarrollo de las facultades físicas y mentales. Por la comunión con Dios mediante la naturaleza, y el estudio de las grandes verdades transmitidas de padre a hijo, como cometido sagrado, obtuvo fuerza mental y firmeza de principios.

Cuando se produjo la crisis de su vida, durante el viaje terrible que hizo desde el hogar de su niñez, situado en Canaán, a la esclavitud que le esperaba en Egipto, al contemplar por última vez las colinas que ocultaban las tiendas de su parentela, José recordó al Dios de su padre. Recordó las lecciones aprendidas en su niñez y su alma se conmovió cuando hizo la resolución de ser fiel, y conducirse siempre como corresponde a un súbdito del Rey del cielo.

José permaneció fiel durante su amarga vida como extranjero y esclavo, en medio de las escenas y los ruidos del vicio y las seducciones del culto pagano, 53 culto rodeado de todos los atractivos de la riqueza, la cultura y la pompa de la realeza. Había aprendido la lección de la obediencia al deber. La fidelidad en cualquier situación, desde la más humilde a la más encumbrada, adiestró todas sus facultades para un servicio más elevado.

Cuando fue llamado a la corte de Faraón, Egipto era la nación más poderosa. En cuanto a civilización, arte y ciencia, no tenía rival. José administró los negocios del reino en una época de dificultad y peligro extremos, y lo hizo de un modo que cautivó la confianza del rey y del pueblo. Faraón lo puso por "señor de su casa, y por gobernador de todas sus posesiones, para que reprimiera a sus grandes como él quisiese, y a sus ancianos enseñara sabiduría".*Sal. 105:21,22.
La inspiración ha puesto ante nosotros el secreto de la vida de José. Jacob, con palabras de belleza y poder divinos, habló así de su hijo predilecto, cuando bendijo a sus hijos:
"Rama fructífera es José,
    Rama fructífera junto a una fuente,
Cuyos vástagos se extienden sobre el muro.
Le causaron amargura, le asaetearon,
Y le aborrecieron los arqueros;
Mas su arco se mantuvo poderoso,
Y los brazos de sus manos se fortalecieron
Por las manos del Fuerte de Jacob. . .
Por el Dios de tu padre, el cual te ayudará,
Por el Dios Omnipotente, el cual te bendecirá con bendiciones 
de los cielos de arriba,
Con bendiciones del abismo que está abajo. 
Las bendiciones de tu padre
Fueron mayores que las bendiciones de mis progenitores;
Hasta el término de los collados eternos
Serán sobre la cabeza de José".*Gen. 49:22-26. 54

La lealtad a Dios, la fe en el Invisible, constituían el ancla de José.  En esto residía el secreto de su poder. 
"Y los brazos de sus manos se fortalecieron Por las manos del Fuerte de Jacob"


2.- DANIEL UN EMBAJADOR DEL CIELO.
Daniel y sus compañeros fueron aparentemente más favorecidos en su juventud por la suerte, en Babilonia, que José en los primeros años de su vida en Egipto; sin embargo, fueron sometidos a pruebas de carácter apenas menos severas. De su hogar relativamente sencillo de Judea, estos jóvenes de linaje real fueron transportados a la ciudad más magnífica, a la corte del más grande monarca, y fueron escogidos para ser educados para el servicio especial del rey. En esa corte corrompida y lujosa estaban rodeados de fuertes tentaciones. Los vencedores mencionaban con jactancia el hecho de que ellos, adoradores de Jehová, fueran cautivos de Babilonia; que los vasos de la casa de Dios hubiesen sido colocados en el templo de los dioses de Babilonia; que el rey de Israel fuese prisionero de los babilonios, como evidencia de que su religión y sus costumbres eran superiores a la religión y las costumbres de los hebreos. En esas circunstancias, por medio de las mismas humillaciones que eran el resultado de que Israel se había apartado de los mandamientos de Dios, el Señor dio a Babilonia la evidencia de su supremacía, de la santidad de sus demandas y del resultado seguro de la obediencia. Y dio ese testimonio del único modo que podía ser dado: Por medio de los que seguían siendo fieles.

Una prueba decisiva les sobrevino a Daniel y sus compañeros al empezar su carrera. La orden de que se les sirviera la comida de la mesa real era una 55 expresión del favor del rey, y del interés que tenía por su bienestar. Pero como una porción era ofrecida a los ídolos, la comida de la mesa del rey era consagrada a la idolatría: y si los jóvenes participaban de ella se iba a considerar que rendían homenaje a los dioses falsos. La lealtad a Jehová les prohibía que tuvieran parte en semejante homenaje. Tampoco se atrevían ellos a arriesgarse a sufrir los efectos enervantes del lujo y la disipación sobre su desarrollo físico, mental y espiritual.

Daniel y sus compañeros habían sido instruidos fielmente en los principios de la Palabra de Dios. Habían aprendido a sacrificar lo terrenal a lo espiritual, a buscar el mayor bien. Y cosecharon la recompensa. Sus hábitos de temperancia y su sentido de la responsabilidad que tenían como representantes de Dios, produjeron el más noble desarrollo de las facultades del cuerpo, la mente y el alma. Cuando terminó su preparación, al ser examinados con otros candidatos a los honores del reino, no fue hallado ninguno "como Daniel, Ananías, Misael, y Azarías". *Dan. 1:19. 

En la corte de Babilonia había representantes de todos los países, hombres de los más selectos talentos, ricamente dotados de dones naturales, y poseedores de la más elevada cultura que este mundo puede ofrecer, y sin embargo, en medio de todos ellos, los hebreos cautivos no tenían rival.  Eran incomparables en fuerza y belleza física, en vigor mental y en saber. "Y en todo asunto de sabiduría e inteligencia en que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino".*Dan. 1:20.

Inconmovible en su lealtad a Dios y firme en el dominio propio, la noble dignidad y la cortés deferencia 56 de Daniel le conquistaron en su juventud la "gracia y . . . buena voluntad" del funcionario pagano a cuyo cargo estaba. Las mismas cualidades caracterizaron toda su vida. Rápidamente ascendió al puesto de primer ministro del reino. Durante el reinado de monarcas sucesivos, y cuando cayó la nación y se estableció un reino rival, su sabiduría y sus condiciones de estadista fueron tales, tan perfectos su tacto, su cortesía, y la bondad natural de su corazón, combinados con su fidelidad a los buenos principios, que hasta sus enemigos se vieron obligados a confesar que "no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel".*Dan. 6:4.

Mientras Daniel se aferraba a Dios con confianza inquebrantable, descendió sobre él el espíritu del poder profético. Mientras era honrado por los hombres con las responsabilidades de la corte y los secretos del reino, fue honrado por Dios como embajador suyo, y aprendió a leer los misterios de los siglos futuros. Los monarcas paganos, gracias a su relación con el representante del cielo, se vieron obligados a reconocer al Dios de Daniel. "Ciertamente el Dios vuestro -declaró Nabucodonosor- es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios". Y Darío, en su proclama "a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en la tierra" ensalzó al "Dios de Daniel", cómo "el Dios viviente" que "permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido", que "salva y libra. . . y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra".*Dan. 2:47; 6:25-27.



3.- HOMBRES LEALES Y HONRADOS.
Por su sabiduría y su justicia, por la pureza y la bondad de sus vidas diarias, por su devoción a los intereses del pueblo, aunque era idólatra, José y Daniel demostraron ser fieles a los principios de la 57 educación recibida en su niñez, fieles a Aquel de quien eran representantes. Estos hombres fueron honrados por la nación entera tanto en Egipto como en Babilonia. Un pueblo pagano y todas las naciones con las cuales estaban relacionados, contemplaron en ellos una ilustración de la bondad y la benevolencia de Dios, una ilustración del amor de Cristo.
¡Qué vocación la de estos nobles hebreos! Al despedirse del hogar de su infancia, difícilmente pudieron haber soñado con el elevado destino que les esperaba. Su naturaleza fiel y firme se entregó a la dirección divina para que Dios pudiese cumplir su propósito por medio de ellos. 

Dios desea revelar hoy, por medio de los jóvenes y niños, las mismas poderosas verdades que reveló mediante estos hombres. Las historias de José y Daniel son una ilustración de lo que el Señor hará por los que se entregan a él y se esfuerzan de todo corazón por llevar a cabo su propósito.

LA MAYOR NECESIDAD DEL MUNDO es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos.
Pero semejante carácter no es el resultado de la casualidad; no se debe a favores o dones especiales de la Providencia. Un carácter noble es el resultado de la autodisciplina, de la sujeción de la naturaleza baja a la superior, de la entrega del yo al servicio de amor a Dios y al hombre.

Es necesario inculcar en los jóvenes la verdad de que sus dones no les pertenecen. La fuerza, el tiempo, el intelecto, no son sino tesoros prestados. Pertenecen a Dios, y todo joven debería resolverse a darles el uso más elevado; él es una rama de la cual Dios 58 espera fruto; un mayordomo cuyo capital debe producir dividendos; una luz para iluminar la oscuridad del mundo.
Todo joven y todo niño tienen una obra que hacer para la honra de Dios y la elevación de la humanidad.


4.- ELÍSEO, FIEL EN LAS COSAS PEQUEÑAS.
Los primeros años de la existencia del profeta Eliseo transcurrieron en la quietud de la vida campestre bajo la enseñanza de Dios y la naturaleza, y la disciplina del trabajo útil. En una época de apostasía casi universal, la familia de su padre se contaba entre los que no habían doblado la rodilla ante Baal. En ese hogar se honraba a Dios, y la fidelidad al deber era la norma de la vida diaria. Como hijo de un rico agricultor, Eliseo había echado mano del trabajo que tenía más cerca. Aunque poseía aptitudes para dirigir a los hombres, se lo instruyó en los deberes comunes de la vida. A fin de dirigir sabiamente, debía aprender a obedecer. La fidelidad en las cosas pequeñas lo preparó para llevar responsabilidades 
mayores.

Aunque era dócil y manso, Eliseo poseía también energía y firmeza. Abrigaba el amor y el temor de Dios, y de la humilde rutina del trabajo diario obtuvo fuerza de propósito y nobleza de carácter, y creció en la gracia y el conocimiento divinos. Mientras cooperaba con su padre en los trabajos del hogar, aprendía a 
cooperar con Dios.

Eliseo recibió el llamado profético mientras araba el campo, con los criados de su padre. Cuando Elías, dirigido divinamente en la elección de un sucesor, echó su manto sobre los hombros del joven, Eliseo reconoció y obedeció la orden. "Y fue tras Elías, y le servía". *1Rey. 19:21. No fue grande el trabajo que al principio 59 se exigió de Eliseo; las obligaciones comunes seguían constituyendo su disciplina.  Se dice que él vertía agua en las manos de Elías, su maestro. Como ayudante personal del profeta, siguió siendo fiel en las cosas pequeñas, al par que con un propósito que se fortalecía diariamente se consagraba a la misión que le había sido asignada por Dios.

Cuando recibió el llamado, se puso a prueba su resolución. Al volverse para seguir a Elías, el profeta le dijo que regresara a su casa. Debía calcular el costo, decidir por sí mismo si había de aceptar o rechazar el llamamiento. Pero Eliseo comprendió el valor de su oportunidad. Por ninguna ventaja mundanal hubiera dejado pasar la posibilidad de llegar a ser mensajero de Dios, o hubiese sacrificado el privilegio de asociarse con su siervo.

Al transcurrir el tiempo y estar preparado Elías para la traslación, también Eliseo estaba listo para ser su sucesor. Nuevamente fueron probadas su fe y su resolución. Mientras acompañaba a Elías en su gira de servicio, sabiendo que la traslación del profeta estaba próxima, éste en todos los lugares lo invitaba a que se volviera. "Quédate ahora aquí -decía Elías- porque Jehová me ha enviado a Bet-el". *2 Rey. 2:2. Pero al manejar el arado, Eliseo había aprendido a no ceder ni desanimarse, y entonces, al poner la mano en el arado en otro ramo de trabajo, no quería que nadie lo desviara de su propósito. Tan pronto como se le decía que se volviera, respondía: "Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré".*2 Rey. 2:2.


"Fueron, pues, ambos. . . Y ellos dos se pararon junto al Jordán. Tomando entonces Elías su manto, lo dobló, y golpeó las aguas, las cuales se apartaron a uno y a otro lado, y pasaron ambos por lo seco.  Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo 60 que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí. Él le dijo: Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así; mas si no, no. Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino. "Viéndolo Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos partes. Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y se paró a la orilla del Jordán. Y tomando el manto de Elías que se le había caído, golpeó las aguas, y dijo: ¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías? Y así que hubo golpeado del mismo modo las aguas, se apartaron a uno y a otro lado, y pasó Eliseo. Viéndole los hijos de los profetas que estaban en Jericó al otro lado, dijeron: El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo. Y vinieron a recibirle, y se postraron delante de él".*2 Rey. 2:6-15.

A partir de ese momento, Eliseo ocupó el lugar de Elías. Y el que había sido fiel en lo poco, demostró ser fiel en lo mucho.
Elías, el hombre de poder, había sido instrumento de Dios para vencer males gigantescos. Había abatido la idolatría que, sostenida por Acab y la pagana Jezabel, había seducido a la nación. Había dado muerte a los profetas de Baal. Todo el pueblo de Israel había sido profundamente conmovido, y muchos volvían al culto de Dios. Para suceder a Elías se necesitaba un hombre que por medio de una instrucción cuidadosa 61 y paciente, pudiera guiar a Israel por caminos seguros. La educación que recibió Eliseo durante sus primeros años, bajo la dirección de Dios, lo preparó para esa obra.
La lección es para todos. Nadie puede saber cuál será el propósito de la disciplina de Dios, pero todos pueden estar seguros de que la fidelidad en las cosas pequeñas es evidencia de la idoneidad para llevar responsabilidades más grandes. Cada acto de la vida es una revelación del carácter, y sólo aquel que en los pequeños deberes demuestra ser "obrero que no tiene de qué avergonzarse"*2Tim. 2:15, será honrado por Dios con responsabilidades mayores.


5.- MOISÉS, PODEROSO POR LA FE.
Cuando quedó privado del cuidado protector del hogar de su infancia, Moisés era menor que José y Daniel y, sin embargo, ya habían amoldado su carácter los mismos instrumentos que amoldaron la vida de aquéllos. 
Pasó solamente doce años con su parentela hebrea, 
pero durante ese tiempo puso el cimiento de su grandeza 
una persona de fama poco pregonada.
Jocabed era mujer y esclava. Su destino en la vida era humilde, y su carga pesada. Sin embargo, el mundo no ha recibido beneficios mayores mediante ninguna otra mujer, con excepción de María de Nazaret. Sabiendo que su hijo había de pasar pronto de su cuidado al de los que no conocían a Dios, se esforzó con más fervor aún para unir su alma con el cielo. Trató de implantar en su corazón el amor y la lealtad a Dios. Y llevó a cabo fielmente esa obra. Ninguna influencia posterior pudo inducir a Moisés a renunciar a los principios de verdad que eran el centro de la enseñanza de su madre. 62

Del humilde hogar de Gosén, el hijo de Jocabed pasó al palacio de los faraones, al cuidado de la princesa egipcia que le dio la bienvenida como a un hijo amado y mimado. Moisés recibió en las escuelas de Egipto la más elevada educación civil y militar. Dotado de grandes atractivos personales, de formas y estatura nobles, de mente cultivada y porte principesco, y renombrado como jefe militar, llegó a ser el orgullo de la nación. El rey de Egipto era también miembro del sacerdocio, y Moisés, aunque se negaba a tener parte en el culto pagano, fue iniciado en todos los misterios de la religión egipcia. Siendo aún Egipto en ese tiempo la nación más poderosa y civilizada, Moisés, como soberano en perspectiva, era heredero de los mayores honores que el mundo le podía otorgar. 

Pero su elección fue más noble. Por el honor de Dios y el libramiento de su pueblo oprimido, Moisés sacrificó los honores de Egipto. Entonces Dios se encargó en un sentido especial de su educación. Moisés no estaba aún preparado para la obra de su vida. Todavía tenía que aprender a depender del poder divino. Había entendido mal el propósito de Dios. Su esperanza era librar a Israel por la fuerza de las armas. Para ello, lo arriesgó todo, y fracasó. Derrotado y desalentado, se transformó en fugitivo y desterrado en un país extraño.


*EN LA UNIVERSIDAD DEL DESIERTO.
Moisés pasó cuarenta años en los desiertos de Madián, como pastor de ovejas. Aparentemente apartado para siempre de la misión de su vida, recibió la disciplina esencial para su realización. Mediante el dominio propio, debía obtener sabiduría para gobernar una multitud ignorante e indisciplinado. En el cuidado de las ovejas y los tiernos corderitos, debía obtener la experiencia que iba a convertirlo en un fiel 63 y tolerante Pastor de Israel. Para llegar a ser representante de Dios, debía recibir enseñanza de él. Las influencias que lo habían rodeado en Egipto, el afecto de su madre adoptiva, su posición como nieto del rey, el lujo y el vicio que atraían en mil formas distintas, el refinamiento, la sutileza y el misticismo de una religión falsa, habían impresionado su mente y su carácter. Todo esto desapareció en la austera sencillez del desierto.

En medio de la solemne majestad de la soledad de las montañas, Moisés se encontró solo con Dios. Por todas partes estaba escrito el nombre del Creador. Moisés parecía hallarse en su presencia, bajo la sombra de su poder. Allí desapareció su engreimiento. En presencia del Ser Infinito se dio cuenta de lo débil, deficiente y corto de visión que es el hombre.

Allí obtuvo Moisés lo que lo acompañó durante los años de su vida llena de trabajos y cuidados: El sentimiento de la presencia personal del Ser Divino. No sólo vio a través de los siglos que Cristo sería manifestado en la carne; vio a Cristo acompañando a las huestes de Israel en todos sus viajes. Cuando era mal comprendido o se tergiversaba lo que él decía, cuando tenía que aguantar reproches e insultos, hacer frente al peligro y la muerte, podía soportarlo "porque se sostuvo como viendo al Invisible".* Heb. 11:27.

Moisés no sólo pensaba en Dios, sino que lo veía. Dios era la visión constante que tenía delante de sí. Nunca perdía de vista su rostro. Para Moisés la fe no era una conjetura, sino una realidad.  Creía que Dios regía su vida en particular, y lo reconocía en todos sus detalles. Confiaba en él a fin de obtener fuerza para resistir todas las tentaciones. 64
Quería obtener el mayor éxito posible en la obra que se le había asignado, y depositaba toda su confianza en el poder divino. Sentía su necesidad de ayuda, la pedía, se aferraba a ella por la fe, y seguía adelante contando con la seguridad de una fuerza sostenedora. Tal fue la experiencia que adquirió Moisés durante los cuarenta años de educación en el desierto. La sabiduría infinita no consideró este período como demasiado largo, ni como demasiado grande el precio que costaba impartir una experiencia semejante.

Los resultados de esa educación, de las lecciones allí enseñadas, están ligados, no sólo con la historia de Israel, sino con todo lo que desde ese día hasta hoy ha resultado para progreso del mundo. El mayor testimonio dado acerca de la grandeza de Moisés, el juicio pronunciado sobre su vida por la Inspiración, es: "Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara".*Deut. 34:10.


6.- PABLO, GOZOSO EN EL SERVICIO.
A la fe y la experiencia de los discípulos galileos que habían acompañado a Jesús, se unieron en la obra del Evangelio el fogoso vigor y el poder intelectual de un rabino de Jerusalén. Siendo ciudadano romano, nacido en una ciudad gentil; siendo judío, no sólo por ascendencia, sino por educación, celo patriótico y fe religiosa de toda una vida; y habiendo sido educado en Jerusalén por los rabinos más eminentes, e instruido en todas las leyes y tradiciones de los padres, Saulo de Tarso compartía en toda su intensidad el orgullo y los prejuicios de su nación.  

Cuando aún era joven, llegó a ser un honrado miembro del Sanedrín.  Se lo tenía por hombre promisorio, y celoso defensor de la antigua fe. 65 En las escuelas teológicas de Judea, la Palabra de Dios había sido sustituida por las especulaciones humanas; las tradiciones e interpretaciones de los rabinos la despojaban de su poder. El engrandecimiento propio, el amor al dominio, la exclusividad celosa, el fanatismo y el orgullo despectivo, eran los principios y motivos predominantes de esos maestros.

Los rabinos se enorgullecían de su superioridad, no sólo sobre los habitantes de otras naciones, sino sobre las multitudes de la suya propia. Dominados por el odio hacia sus opresores romanos, abrigaban la determinación de recobrar por la fuerza de las armas su supremacía nacional. Odiaban y daban muerte, a los seguidores de Jesús, cuyo mensaje de paz era tan opuesto a sus proyectos ambiciosos. Y en esta persecución Pablo era uno de los más crueles e implacables actores.

En las escuelas militares de Egipto, Moisés había aprendido la ley de la fuerza, y esta enseñanza influyó tanto en su carácter, que fueron necesarios cuarenta años de quietud y comunión con Dios y la naturaleza, a fin de prepararlo para dirigir a Israel según el amor. 

 Pablo tuvo que aprender la misma lección. A las puertas de Damasco, la visión del Crucificado cambió todo el curso de su vida. El perseguidor se convirtió en discípulo, el maestro en alumno. Los días de oscuridad pasados en la soledad, en Damasco, fueron como años para su vida. Su estudio lo constituían las Escrituras del Antiguo Testamento, atesoradas en su memoria, y Cristo era su Maestro. También fue para él una escuela la soledad de la naturaleza. Fue al desierto de Arabia para estudiar las Escrituras y aprender de Dios. Limpió su alma de los prejuicios y las tradiciones que habían amoldado su vida y recibió instrucción de la Fuente de verdad.
Su vida ulterior fue inspirada por el principio de la abnegación, el ministerio del amor. "A griegos y a 66 no griegos, a sabios y a no sabios -dijo- soy deudor". *Rom. 1:14. "El amor de Cristo nos constriñe".*2 Cor. 5:14.

Pablo, el más grande maestro humano, aceptaba tanto los deberes más humildes como los más elevados. Reconocía la necesidad del trabajo, tanto para las manos como para la mente, y desempeñaba un oficio para mantenerse. Se dedicaba a la fabricación de tiendas mientras predicaba diariamente el Evangelio en los grandes centros civilizados. 
"Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo -dijo cuándo se despedía de los ancianos de Éfeso-, estas manos me han servido".*Hechos 20:34.

Al par que poseía altas dotes intelectuales, Pablo revelaba en su vida el poder de una sabiduría aún más rara. Sus enseñanzas, ejemplificadas por su vida, revelan principios de la más profunda significación, que eran ignorados por los grandes espíritus de su tiempo. Poseía la más elevada de todas las sabidurías que da una pronta perspicacia y simpatía, que pone al hombre en contacto con los hombres, y lo capacita para despertar la naturaleza mejor de sus semejantes e inspirarles a vivir una vida más elevada. 

Escuchad las palabras que pronunció ante los paganos de Listra, al indicarles a Dios revelado en la naturaleza como Fuente de todo bien, que nos da "lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones". *Hechos 14:17.

Vedle en la cárcel de Filipos donde, a pesar del dolor que abruma su cuerpo, su canto de alabanza rasga el silencio de la noche. Después que el terremoto ha abierto las puertas de la cárcel, se vuelve a oír su voz en palabras de aliento para el carcelero pagano: "No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí".*Hechos 16:28. Todos habían permanecido en su sitio, contenidos por la presencia de un compañero de prisión. 67 Y el carcelero, convencido de la realidad de aquella fe que sostenía a Pablo, se interesó por el camino de la salvación, y con toda su casa se unió al perseguido grupo de discípulos de Cristo.


*EL TESTIMONIO DE PABLO.
Ved a Pablo en Atenas, ante el concilio del Areópago, donde hace frente a la ciencia con ciencia, a la lógica con lógica y a la filosofía con filosofía. Notad cómo, con un tacto nacido del amor divino, señala a Jehová como "al Dios no conocido" a quien sus oyentes han adorado ignorantemente, y citando palabras de un poeta griego, lo describe como Padre del cual ellos son hijos. Escuchadlo exponer, en esa época de castas sociales, cuando no se reconocían en absoluto los derechos del hombre como hombre, la gran verdad de la fraternidad humana, al declarar que Dios "de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra". Luego muestra cómo, en todo el trato de Dios con el hombre, se puede seguir, como hilo de oro, su propósito de gracia y misericordia. Fijó él "el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros".*Hechos 17:23,26,27.

Oídlo en el tribunal de Festo, cuando el rey Agripa, convencido de la verdad del Evangelio, exclama: "Por poco me persuades a ser cristiano". *Hechos 26:28. Con qué gentil cortesía le responde Pablo, señalándole su cadena: "¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!"*Hechos 26:29.

Así transcurrió su vida, según él mismo dice, "en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros 68 de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez". *2 Cor. 11:26,27. 
"Nos maldicen -dijo-, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos.  Nos difaman, y rogamos"*1 Cor. 4:12,13, "como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, más poseyéndolo todo". *2 Cor. 6:10. Hallaba gozo en el servicio; y al fin de su vida de trabajo, al echar una mirada retrospectiva a sus luchas y triunfos, pudo decir: "he peleado la buena batalla". *2 Tim. 4:7.


CONCLUSIÓN.
Estas Biografías son de interés vital. Para nadie son de más profunda importancia que para los Jóvenes.  
Moisés renunció a un reino en perspectiva; Pablo, a las ventajas proporcionadas por la riqueza y el honor entre su pueblo, a cambio de una vida llena de responsabilidades en el servicio de Dios. Para muchos, la vida de estos hombres se presenta como una vida de renunciación y sacrificio. ¿Fue realmente así? Moisés consideraba que el oprobio sufrido por Cristo era una riqueza mayor que la de los tesoros de Egipto. Lo consideraba así, porque así era. Pablo declaró: "Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento dé Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo". *Fil. 3:7,8. Estaba satisfecho con su elección.

A Moisés le ofrecieron el palacio de los faraones y el trono del monarca, pero en esas cortes reales 69 se practicaban los placeres pecaminosos que hacen que el hombre se olvide de Dios, y él escogió antes "riquezas duraderas, y justicia". *Prov.8:18. En vez de ligarse a la grandeza de Egipto, prefirió, unir su vida al propósito de Dios. En vez de dictar leyes a Egipto, dictó, leyes al mundo, bajo la dirección divina. Llegó a ser instrumento de Dios para dar a los hombres los principios que constituyen la salvaguardia, tanto del hogar como de la sociedad, que son la piedra angular de la prosperidad de las naciones, principios reconocidos hoy día por los más grandes hombres del mundo como fundamento de todo lo mejor que existe en los gobiernos humanos. La grandeza de Egipto yace en el polvo. Su poder y civilización han pasado. Pero la obra de Moisés nunca podrá perecer. Los grandes principios de justicia para cuya instauración él vivió, son eternos.

La vida de trabajo y preocupaciones de Moisés estaba iluminada por la presencia de Aquel que es el "señalado entre diez mil", "y todo él codiciable".*Cant. 5:10,16. Compañero de Cristo en la peregrinación por el desierto, compañero de Cristo en el monte de la transfiguración, compañero de Cristo en las cortes celestiales, Moisés llevó una vida que en la tierra bendecía a la par que recibía bendición, y que en el cielo fue honrada.

También Pablo, en sus múltiples labores, fue sostenido por el poder sustentador de la presencia de Cristo. "Todo lo puedo -dijo él- en Cristo que me fortalece".*Fil. 4:13. "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?. . . Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos 70 podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro".*Rom. 8:35-39.

Sin embargo, hay un gozo futuro que Pablo esperaba como recompensa de sus labores, el mismo gozo por causa del cual Cristo soportó la cruz y despreció la vergüenza, el gozo de ver el fruto de su obra.  
"¿Cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? -escribió a los conversos tesalonicenses-. ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?  Vosotros sois nuestra gloria y gozo."*1Tes. 2:19,20.

¿Quién puede calcular los resultados que tuvo para el mundo la obra de la vida de Pablo? 

 De todas las influencias benéficas que alivian el sufrimiento, consuelan la pena, refrenan el mal, elevan la vida por encima de lo egoísta y sensual y la glorifican con la esperanza de la inmortalidad, ¡Cuánto se debe a las labores de Pablo y sus colaboradores cuando, con el Evangelio del Hijo de Dios, hicieron su viaje inadvertido de Asia a las costas de Europa!
¿Cuánto vale para cualquier vida el haber sido instrumento de Dios para poner en movimiento semejantes influencias benéficas? ¿Cuánto valdrá en la eternidad poder ver los resultados de semejante obra? 
(La Educación de E.G de White)  71